
Desesperada la mujer tomó a su esposo y como pudo lo sacó de la casa, a toda marcha se adentro en aquella selva, era de noche ya muy tarde y aunque el invierno no había entrado de lleno, las tempranas lluvias ya hacían a las noches frías.
No había un camino definido era más bien un trillo en medio de hojas grandes y pastizales mojados, la mujer arrastraba al hombre, sabía que si no se apuraba lo perdería, ya había ido con el doctor de la aldea, hasta con un su jefe espiritual, pero nadie le daba razón, y el hombre seguía empeorando, ella no tenía a nadie más, eran solo él y ella.
Siempre fue muy valiente y decidida y por eso no iba a dejarlo ir sin intentarlo todo. Esa noche su estado empeoró y ella empezó a ver cómo su luz se apagaba, por eso, porque era su familia y le amaba, estaba en lo más profundo de la selva con una media idea para dónde se dirigía.
Ya corría por el pueblo hace mucho el rumor que cerca de las faldas del cerro muy adentro en la selva densa, vivía una mujer que cruzaba a voluntad de este lado y hacia el otro y que tenía sus mañas para ayudar, para sanar y conectar con el todo. Ella realmente pensó que era una historia más pero estaba desesperada y lo tenía que intentar.
Al borde del desmayo por el peso de su marido y el cansancio, la mujer percibió el olor al humo de madera quemada en medio de todos los aromas de la selva, escucho el sonido del agua de un río cerca, apuro el paso y después de dos hojas de plátano vio un claro y una pequeña choza al lado de un oscuro pero presente río.
Sujeto fuerte a su esposo y avanzó con lo que le quedaba de fuerza a la puerta, sin tocarla la puerta se abrió y ella y el hombre cayeron desplomados en el piso de tierra seco.
Entre dormida y despierta poco a poco aquella mujer intentaba recobrar la conciencia.
—Casi no llegas— escuchó a su derecha la voz de una mujer, asustada intentó incorporarse, la dueña de la casa le ayudó.
—Tu esposo está a tu lado… si es lo que buscas con tanta preocupación.— La luz tenue de la fogata en el centro de lo que parecía un palenque, la dejó ver entre las la oscuridad la silueta del hombre que cargó por toda selva. Con algo más de tranquilidad intento enfocar a su benefactora. Se trataba de una mujer entrada en años, con una larga trenza grisácea que le llegaba casi hasta el suelo, sentada a su lado el pelo tocaba el suelo, era encorvada y pequeña.
—Entiendo porque estas aquí e imagino que no ha sido fácil, no estoy cerca de la aldea, admiro la determinación, pero tengo que decirte, él no está bien, ya se que lo sabes, pero no hay mucho que yo pueda hacer.
De inmediato la mujer se soltó en llanto, empapada, cansada y molesta, sentía como su corazón se deshacía con las lágrimas. — Tendrás que entender— le dijo la anciana — La mitad de su corazón ya no funciona, y no se puede vivir así, se necesitaría esa otra mitad para salvarlo. ¿Quién estaría dispuesto a sacrificar su vida por otra?— La mujer dejó de llorar y miró fijamente a la anciana. —Ya veo, es tu familia, eres valiente y eso me agrada, en ese caso, déjame ver si encontramos una solución a esto.— se puso de pie como pudo y la encorvada figura despacio pero con agilidad junto una olla y la puso al fuego, busco entre tarros y platos y empezó a mezclar con agua algo que olía a un buen caldo.
Saco dos jarros y sirvió. — Deberás saber, que de un medio y un completo no se hacen dos. Pero se puede hacer solo uno, no serán lo mismo pero al menos estarán bien y juntos. ¿Estás dispuesta entonces?— la mujer asintió — Siendo así, dale de beber a él todo este caldo, y cuando termine te bebes tú el tuyo, no hay nada mejor para el alma que un buen caldo, todo lo cura…— Rápido la mujer tomó la cabeza del hombre y la puso en sus rodillas y con dificultad pero con apremio le dio de beber el caldo. Terminado tomó casi de un solo trago el suyo, no fue difícil sabía delicioso, le calentó el cuerpo, cuando terminó sintió sueño, se acercó a su esposo y se quedó profundamente dormida.
—Oh veo que están despertando, está por amanecer, que oportuno— dijo la anciana mientras los miraba, ella lo vio él y él a ella , ahí estaban juntos, eran dos pero la misma cosa, se miraron y vieron iluminados por la luz del alba y de la fogata, el verde azulado de su cuerpo y el rojo escarlata del pecho, ya no eran dos, eran uno, un hermoso quetzal enfrente de aquella anciana.
—Ha resultado mejor de lo que esperaba, estarán juntos para siempre, vamos, es hora de salir y volar, pero antes recuerden para que dos alas funcionen y se eleven las dos tienen que estar al mismo nivel, como iguales.
Con un par de brincos el ave salió a la puerta y en un despliegue de elegancia y belleza despegó el vuelo hacia el cerro verde.