
Como cualquier día me levanté con la alarma, como si una maquinaria lista para la producción se encendiera, seguía meticulosamente los pasos para salir y hacer lo mismo de todos los días, pero en medio de mi rutina muy bien aceitada, me detuvo mi reflejo en el espejo justo después del baño. Note una mancha de un color azul opaco, apitufinado, al lado de mi ojo izquierdo.
Toqué el área con delicadeza, no recordaba ningún golpe, y al tacto no sentí dolor. —Entonces no es un moretón—pensé en voz alta. Casi de manera instintiva vi el reloj, se me hacía tarde, nada que algo más de maquillaje no resuelva.
El día transcurrió con la una pesada normalidad, por la noche no note avance en la lesión que detecte temprano “Seguro que esta vez con una buena noche de sueño se me pasara” pensé, y al día siguiente como si se tratará de un video clip en loop, todo se repitió con la sorpresa de que la mancha azúl si había cambiado, se había extendido y bajaba por mi cara, aterrada, solté un grito ahogado, pero una vez más el instinto envió mi mirada al reloj, y una capa aún más gruesa de maquillaje cubrió finalmente la mancha.
Para el almuerzo ya había empezando ramificarse por mi cuello, el pánico me invadió pero no podía permitir que nadie lo viera, esa misma noche lo iba a resolver, no podía vivir con eso, una vez más busqué en mi bolso y con lo que te tenía al alcance tape el problema, salí de nuevo mostrando una sonrisa, como si nada pasará, aunque estaba algo asustada, sabía que de alguna manera yo lo podía solucionar.
Y así se fue el día: trabajo, buscar algo para cenar, más trabajo, alistar cosas, “¿Qué era lo que me faltaba? Ah sí, es tarde, mañana tengo que realizar esa llamada, la casa, los pagos, compras, ¿Debería comer mejor?, ¿Sonreír más?, ¿Salir más? o ¿conocer a alguien?”. El ahogo de pensamientos que recorrían mi cabeza, hacía caer en el olvido aquella mancha, para cuando intenté ocuparme de mí, de ese problema, ya era algo tarde, pase por una farmacia, quise preguntar al encargado pero sentí mucha vergüenza. “Esto no es nada” me seguía repitiendo, busqué el ungüento de siempre, compré algo más de maquillaje y me fui.
El letargo del día me arrastró a mi cama, exhausta, empuje esa preocupación con el resto y me fui a dormir.
Me desperté antes de que sonara la alarma, no estaba acostumbrada a levantarme con el silencio, pesada, me arrastre al baño y horrorizada vi en el reflejo como el color azúl estaba por todo mi cuerpo. Era difícil mantener mis ojos abiertos, conocía el baile, alarma, baño, prepararse e irse, pero por alguna razón la mancha azúl había cambiado hasta la gravedad de aquel baño.
Asustada me acosté en el suelo y en posición fetal, sumergida en aquel azúl que me rodeaba, sin fuerzas, sola, no me podía mirar, preguntándome que iba a hacer, quien me iba a ayudar, como iba a cambiar ese color, no tenía tanto maquillaje, hoy simplemente no la podía cubrir.
Rendida, y en un acto de desesperación tomé mi teléfono:
—Hola, si, soy yo.—
—No, no estoy bien, necesito ayuda, estoy azúl…—