La luz de la estrella

De un resbalón una estrella se cayó del cielo. El golpe en el suelo la dejó tan mareada y aturdida que durante un tiempo tuvo miedo y no se movió. Todo en el mundo le parecía oscuro, pero poco a poco, cauta y sigilosa, caminó por aquella tierra débil y fría. 

La estrella estaba sola en un mundo oscuro. Agotada y bastante frustrada se tendió en el suelo y se quedó dormida. Al cabo de un rato, un cosquilleo en la nariz la despertó. Hizo bizco, sacudió su cabeza y se esforzó por enfocar. Jugando con la punta de su nariz estaba un pequeño tallo verde y dos hojas que bailaban al son de su respiración.

Sorprendida se hizo para atrás para no estropear la planta, pero casi de inmediato la oscuridad la cubrió y las dos pequeñas hojitas palidecieron a los costados del tallo. Casi como una acción reflejo a lo sucedido, la estrella acercó sus manos lo suficiente para iluminar la pequeña planta, teniendo para su sorpresa el efecto contrario a la oscuridad, regresando a su posición a las pequeñas hojas. 

Conmovida, la estrella se llenó de paciencia y la planta poco a poco fue creciendo. Muchos más tallos y hojas empezaron a rodear a la estrella. Su luz alimentaba la planta y crecía fuerte, hasta que llegó el momento en que la estrella estaba rodeada de hermosas flores de brillantes colores, casi tan brillantes cómo la luz que ella tenía.

De vez en cuando, la estrella pensaba en lo lindo que sería el mundo si pudiera compartir su luz, pero sabía que si se movía de aquel jardín, moriría. Un día, de pronto un sonido en la oscuridad le distrajo el pensamiento. Poco a poco, este sonido se acercaba a ella y a sus flores. Intrigada y medio asustada, la estrella agudizó su oído y su visión en medio de aquella oscuridad. La estrella entendió que ese sonido eran dos pequeñas alas de una abeja. Al principio pensó que como las plantas, venía por su luz, pero rápido se dio cuenta de que la pequeña visitante estaba sedienta. En cuanto llegó, se posó sobre una flor y se zambulló, bebió todo el polen que pudo y como vino se regresó. 

La situación puso muy feliz a la estrella. Observó cómo día tras día, más y más abejas llegaban a su pequeño jardín. Aunque su humor había mejorado, la estrella aún se preguntaba cómo era el resto del mundo, de donde venían las abejas y si era capaz de crear más jardines. Entonces… ¡Se le ocurrió! Miró a su izquierda donde estaba la flor más grande, la primera, y justo ahí estaba una pequeña abeja haciendo de su deleite con el polen. Con sumo cuidado, la estrella tocó a la abeja y esta como un bombillo se encendió. En ese momento la estrella Luciérnaga supo cómo esparcir su luz por el mundo.

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