Limpieza de Primavera

Como todos los meses de abril, inicié una limpieza profunda en mi casa y tocó el turno de mi armario. Era un espacio grande, estaba hasta arriba de cosas que había guardado desde hace tiempo y que aún no conseguía dejar ir. Entre tantas cosas, me encontré un demonio: mi demonio. Durante unos instantes, los dos nos miramos fijamente. Ambos estábamos asustados. Ni él ni yo nos sentíamos a gusto con el encuentro, la sorpresa no nos sentaba bien. Después de un gran momento incómodo él me habló. —¡Hola! ¿cómo has estado?—me dijo con una voz casi tranquilizadora. —Bien—respondí de manera seca.

Él estaba a punto de decir algo, pero me adelanté. —Pensé que te habías ido, no entiendo qué haces aquí, ya habíamos dejado las cosas por la paz. —Dejar las cosas en tu armario no es superarlas, es almacenarlas, que no es lo mismo. No hagas esa cara, sabes que es cierto—me dijo sin cambiar su expresión.

—¿Qué es lo que quieres de mí?—le pregunté con un tono de voz más irritado. —Siempre he querido que hagas lo que quieras, solo tienes que conjugar el verbo “hacer” en una oración y convertirlo en una acción ¡Que hagas algo!—me dijo. Quité lo más rápido que pude la lágrima que se resbalaba por mi mejilla, como si con eso lograra evitar que él se diera cuenta que había empezado a llorar.

—¿Ahora vas a culpar a la vida de ser una broma cósmica? ¿Qué excusa tienes? A veces cambiar duele, por eso estoy aquí amontonado con tus recuerdos ¡Cobarde!—cambió su tono moderado, por uno sarcástico e hiriente, y es que al final ese era su objetivo, sacarme de mi centro y lo logró.

Harto y frustrado por la provocación de aquel ser, empecé con un arrebato de ira a jalar las cajas y las cosas que estaban en aquel armario. —¡Hacer! ¿Esto es lo que quieres que haga? Te quiero largo de mi armario, es mío—le gritaba mientras las lágrimas nublaban mi visión.

Terminé con el armario casi vacío, la mitad de las cosas destruidas, todo en el suelo y revuelto. Con un respiro profundo, entre alivio y cansancio caí de rodillas, rendido. Levanté mi cabeza, conectamos nuestras miradas de nuevo y de alguna manera sentí que hacíamos las paces. Esperé unos minutos y me puse en pie. Quité el espejo del fondo del armario y mi demonio se había ido.

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