
—De todas las criaturas que creó Dios en el universo, a los humanos les concedió el libre albedrío—dijo el ángel mientras observaba la humanidad. Intrigado salto por el balcón, extendió sus enormes y hermosas alas y con gracia bajó hasta la tierra.
Aterrizó sobre una terraza de un enorme edificio y emocionado observó por una ventana. Del otro lado una mujer digitaba con una mirada inexpresiva. Después de unos segundos, la mujer realizó un movimiento con su cuello de un lado al otro y al ver hacia la ventana de la terraza, detuvo su labor y se acercó a observar. Por su naturaleza divina la mujer no podía ver al ángel, pero sin ella darse cuenta estaban frente a frente, separados por solo una ventana. El ángel sin entender la razón, observó cómo la mujer regresaba a su escritorio a digitar. Sintió como toda la frustración de la mujer recorría su angelical cuerpo y asustado por esa sensación emprendió vuelo.
Por la calle caminaba un hombre agitado consumido en el celular, con la cabeza baja para poder coordinar su paso con la conversación. Una sensación de frustración desconocida para el ángel seguía invadiéndolo. Como medida desesperada y para cambiar la situación, el ángel dibujó en el cielo un arcoíris. El hombre no determinó el gesto, siguió sumergido en su celular vociferando y acelerando el paso al tono de la conversación.
Desanimado y confundido el ángel intentó retomar el vuelo y regresar al cielo, pero el peso del nuevo sentimiento lo volcó al suelo, la ligereza de su divinidad era superada por la frustración de una humanidad desagradecida. Cansado, se sentó en una banca a ver pasar a las personas, analizaba las situaciones y se sumergía en una serie de teorías sobre el porqué la humanidad desaprovechaba los regalos que se les había dado. Porqué no viven, porqué todo lo complican tanto, porqué Dios vertió su gracia en estos seres, se repetía el ángel en su cabeza, mientras perdía su brillo, se sumergía en la angustia y era uno más.
De pronto, una mano le acarició lo que quedaba de sus alas. Había un niño a su lado. —¡Qué bonitas! ¿Ya viste el arcoíris?—le dijo señalando con la otra mano. El ángel asintió y sonrió, de repente se sintió más ligero.