Las verrugas estaban tradicionalmente asociadas a las brujas, por eso cuando a Évangéline le salió una, pensó con optimismo que tal vez algún poder estaría desarrollando. Con el pasar de los años la niña mantenía la esperanza, teñida con otras emociones. «Espero que sea ser invisible», pensó, mientras bajaba a desayunar en su primer día de colegio.
Évangéline caminaba con la cabeza baja por el pasillo. No podía evitar sentir las miradas de las personas en su verruga; tampoco se podía decir mucho de su mañana, su cabeza estaba tan abajo que solo podía describir los pisos y caños. Doblando a la derecha, a clases de matemáticas, de nuevo tendría que levantarse y presentarse frente a una multitud que solo vería el punto negro en su rostro. Una lágrima rodó hasta sus labios rodeando su verruga, y es que a veces el mayor miedo que se puede sentir es mostrarse como somos en realidad. Justo cuando ese pensamiento se le atravesó por la cabeza, también alguien se atravesó en su camino. El golpe la arrojó al suelo dejándola como una tortuga boca arriba y cambiando su perspectiva y panorama del suelo al cielo.
—Lo siento, ha sido mi culpa—dijo el muchacho mientras ofrecía su mano para que Évangéline se incorporara. Él esbozó una sonrisa y la miró a los ojos; ella no pudo dejar de notar la enorme separación en sus dos dientes de frente, además de su confianza y seguridad.
—Voy camino a matemáticas ¿Y tú?— dijo el joven mientras mantenía la sonrisa.
—También—respondió ella.
Este evento le devolvió la sonrisa a Évangéline, y al final sintió que ese intercambio de sonrisas fue lo que realmente liberó algo en ella. No sabía si eran sus ansiados poderes, pero el sol calentó su rostro y ya un par de fórmulas y problemas no sonaban tan mal.
Mixpov 