
Esta era una gallina que quería volar. Se le había dicho que era un ave, pero se sentía incompleta. Veía cruzar por el cielo a cientos de aves, después se miraba a sí misma, tenía alas y plumas, pero aún así no podía volar.
A como podía, todos los días entrenaba sus atrofiadas alas para alcanzar su objetivo, pero su propia naturaleza estaba contra ella. Sus entrenamientos los combinaba con la rutina, como sus hermanas gallinas; rutina que la asfixiaba. Al finalizar el día, mientras todas las demás dormían, frustrada subía al techo del gallinero y soñaba con volar.
Harta de su situación, la gallina decidió hacer algo para cambiarla. Ella siempre se consideró mucho más inteligente y avanzada que sus pares y la valentía ni que decir. Empezó desde lo más sencillo, extendiendo su entrenamiento a acciones concretas, brincando desde los lugares más altos; hasta llegó a brincar de noche desde el techo del gallinero. Sin éxito y siendo la burla de sus pares, la gallina reflexionó sobre hasta donde estaba dispuesta a llegar para lograr su sueño.
Temprano en la mañana, las gallinas despertaron y notaron la ausencia de su amiga. Los gritos de los amos las alertaron. Todas fuera de su rutina corrieron a la cerca, para presenciar lo impensable: su compañera, desde lo alto del segundo piso de la casa del amo, se disponía a tomar impulso y brincar hacia la quebrada que pasaba por detrás de la quinta.
Todavía hoy, se cuenta por los gallineros, que existió una gallina completa, hecha y derecha, que logró lo impensable y que durante unos minutos, se elevó por el aire.