En un mundo intermedio, entre lo que sabemos y lo que creemos, existía una isla con una niña gris. Todas las mañanas, la pequeña se sentaba en la arena blanca al filo de la playa, donde deseaba y admiraba los colores a su alrededor. Cansada de su aspecto gris, un día, la niña decidió sumergirse en el mar turquesa y robar su color, pero descubrió que el color estaba en lo más profundo del océano. Al no poder contener la respiración, la niña desistió.
Un poco triste y frustrada, la niña contempló el azul profundo que intentó robar. Volvió su mirada al cielo y vio como con el paso de las horas, los colores que combinaban su amado azul se empezaban a despintar. Contempló nuevos colores naranjas, rosas y rojos; el espectáculo le pareció maravilloso, pero también la llenó de tristeza, porque sabía que la oscuridad venía detrás de la llegada del sol a la línea del horizonte.
Con esa tristeza transformándose en miedo, la niña corrió hacia la montaña más verde y alta de la isla y en un intento desesperado por detener al gigante amarillo y su caída en el mar, saltó para detenerle. El sol, que observaba a diario sus intentos por robar el azul, la tomó en el aire y con un dulce beso en la frente le regaló su luz. El color gris de la niña se volvió en un brillante color plata, que iluminó todo y alejó a la oscuridad que venía detrás.
El sol la sentó en el cielo y ahí la dejo, se despidió y se fue a dormir. La niña maravillada vio todos los nuevos colores que su resplandor plata generaban en la tierra: morados, azules y celestes desfilaban agradecidos ante ella. La niña color plata nunca había sido tan feliz.
Mixpov 