
Pongo mi mejilla izquierda contra la pequeña ventana de la puerta de mi cuarto para intentar ver el reloj que está al final del pasillo. Son las 7:30 p.m. hora de apagar las luces. Lo que más me asusta de este lugar es la noche, la oscuridad nunca me ha gustado. Hoy para mi dicha es diferente, es la última vez que voy a escuchar las ruedas del carrito en el que me traen esa pastilla azul, esa que pone todo en silencio. Mañana seré libre. Un parque y un helado es en lo único que puedo pensar, voy a intentar ser bueno esta vez para no volver aquí jamás.
Nunca me ha gustado tragar nada a la fuerza, por eso convierto una acción tan sencilla como esa en un acto solemne. La enfermera con un gesto gentil me pide que abra la boca, le muestro que he tragado la pastilla, y como si se tratase de un robot programado, me ofrece una sonrisa genérica y abandona mi cuarto cerrando la puerta con algo de rudeza.
Me acuesto a esperar a que el silencio llegue, poco a poco las voces de mi cabeza desaparecen y comienzo a relajarme. Intento poner mi mente en blanco y me siento algo pesado. Este es mi momento favorito, en silencio en mi pequeño cuarto.
Empiezo a sentirme adormilado y en medio de la extraña quietud escucho algo en el fondo de la habitación. Entre el aturdimiento pienso que la enfermera regresó, pero la puerta está cerrada. Tengo el impulso de levantarme pero mi cuerpo no responde. Intento guardar la calma pero lo que sea que esta conmigo ha llegado a mi cama. No logro hablar y mi mirada está fija en el techo, ningún músculo responde—estoy solo—me repito para mí mismo. Busco algo en el techo que exista, algo que me regrese a la realidad y me saque de mi estado catatónico. Mientras indago entre la oscuridad y el techo monótono, siento como una mano fría se desliza por mi pie. Me erizo por el contraste de piel con piel, la suya fría y la mía como sartén caliente, mi sabana y mi almohada se tornan pesadas por el sudor que expulso por cada poro de la piel.
Ambas manos se deslizaron hasta mis muslos, con fuerza toman impulso y brincan de manera violenta a los lados de mi cabeza. El resto del espectro descendió frente a mí casi en cámara lenta, cerca pero sin tocar mi cuerpo paralizado. El movimiento es rápido y solo alcanzo a ver su cara, completamente blanca, lisa y sin pelo, de un solo tono, con un extraño brillo que emana de su piel y es que eso es lo único que me permitía ver dentro de la oscuridad de mi habitación. Con sus ojos hundidos y opacos me examina, aleja su espectral rostro de mí, lo acerca de nuevo, en un movimiento sin un patrón establecido, como si estuviera examinando mi expresión de completo terror.
«Solo tenía que soportar una noche más y después iba a ser libre, solo quería ser libre» pienso mientras trato de enfocar al espectro entre las lágrimas que bloquean mi visión. Me parece que cambia la expresión, no estoy seguro, como si escuchara lo que pienso,—odio la oscuridad—me digo, mientras la criatura se acerca a mi rostro lentamente hasta hacer contacto de labios con labios, siento mucho frío. Veo mucha luz, como si estuviera en un espacio en blanco, y después la nada.