
Con los primeros rayos de la mañana, me estiré queriendo alcanzar el cielo. Mi rama derecha se movía con dificultad. Un tallo que parecía seco y podrido me sujetaba, así que rápido me sacudí… sentí asco y logré liberarme.
Un profundo suspiro hizo abrir mis pétalos hacia el sol, se sentía tan bien. Me miré y era hermosa.
A mi alrededor un par de flores me miraban con recelo.
—Envidia—me dije a mí misma. Sabía que el mundo era mío, me debía a mi belleza y esas miradas eran un efecto. Erguida en medio del jardín ví el tiempo pasar, para el medio día todo olía a mi aroma, todos en el jardín querían ser como yo.
En la tarde me sentí un poco cansada, toda la atención me abrumaba. Intento animarme un poco. Cuando vives por la belleza no hay espacio para sentirse mal. El extraño color amarillento de la base de mi tallo no me preocupa.
Con la noche caen mis primeros pétalos, estoy exhausta. Intento mantenerme altiva.
—La imagen lo es todo—me repito, no puedo permitirme ser débil. El color amarillento cubre todo mi cuerpo e intento esconderlo con mis hojas.
Me tambaleo, no lo resisto, mis hojas se secan… caigo. En el suelo, un pequeño retoño está creciendo. Para el amanecer ese retoño será una flor tal vez más hermosa que yo. Tantas cosas quise decirle. Tomé su delicada rama con mi tallo y me desvanecí.