Captor

Mientras se afilaba sus garras contra una piedra yo decidí hablar, al fin al cabo yo iba a morir. No había razón por la que no pudiera establecer contacto con mi captor, lo peor que podía pasar era que se adelantara lo inevitable.

—Hola, perdona—inicié con un tono de cautela. —Tengamos una platica y vamos a pretender que todos estaremos mañana aquí, ya sabes, para calmar los nervios, al final una carne dura no le conviene a nadie—dije con un poco más de seguridad.

Casi de manera instantánea al finalizar mi idea y sin que las garras dejaran de chillar contra la roca, mi captor habló sin verme a los ojos. —No suelo hablar con mi comida, pero creo que tienes un punto, la verdad es que se me apetece la carne suave, ayuda a mi digestión ¿De que quieres hablar?—.

Lo cierto era que de ninguna manera mi carne iba a estar más suave, estaba congelado del miedo, pero al final su pregunta era un atisbo de amabilidad y decidí devolver la cortesía. Me encontraba al borde de la muerte, pero no era una excusa para no ser educado —Tal vez si empezamos desde lo más básico, me gustaría saber cómo estás—le dije. —Hambriento—me respondió con el mismo reflejo agudo de la última vez. —Por supuesto, pero ¿y qué más? Vamos, eres un depredador natural, no puedo imaginar lo emocionante que es tu vida—esta vez no siguió una respuesta inmediata a mi comentario, sino que noté como su semblante cambió, me veía de manera directa a los ojos, pero un tanto confundido. Las uñas dejaron de chocar contra la piedra.

Cerré los ojos para esperar el zarpazo, sabía que eso era lo que seguía. Los abrí lentamente y ahí estábamos. Mi captor parecía congelado, pero al percatarse que lo observaba se apresuró a contestar —No hay respuesta fácil a una pregunta tan sencilla, por eso en un principio respondí con mi instinto, la vida de un depredador suele ser muy solitaria, la caza se vuelve el único objetivo. A veces, es lo único que nos llena de alegría y placer—.

—¿Y qué pasaría si no estuvieras solo?—le dije. —¿Solo? No estoy solo, ahora estoy contigo y tengo mi caza, cuando me siento hambriento o incluso aburrido hago esto, esto es lo que me hace sentir vivo—me respondió con desdén y un poco sobresaltado.  

—Creo que has mentido, no te mueven tus instintos, es la adrenalina de cazar. Esto es tu vicio y te aferras a él para no afrontar la idea de estar solo, por eso no te cuestionas el cómo estás, porque solo tienes la caza y eso no es suficiente—le dije, con una voz segura y mirándolo directo a los ojos.

Después de un silencio aterrador, él bajó su cabeza y me di cuenta que yo había dejado de ser el más vulnerable. Levantó su enorme garra afilada lentamente y señaló la salida —Vete, sal de aquí—me dijo sin poder mirarme de nuevo.

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