Ala rota

Me armé de mucho valor y esta semana decidí limpiar el estudio en el segundo piso, después de todo no se puede buscar la paz evitando la vida. Es la única habitación que da hacia el jardín y era tu favorita. Había pasado algo de tiempo y al abrir la puerta note ese olor a guardado, a viejo, y ese insoportable silencio, así que abrí la ventana de par en par. 

Casi de inmediato una ráfaga azul paso al lado de mi rostro, seguido de un estruendo de libros al fondo del cuarto. Entre hojas y papeles, una golondrina se estremecía y chillaba, asustada y arrinconada no podía volar, su ala derecha estaba rota. No corrí de inmediato hacia ella, hay un tiempo para morir, aunque me cueste entenderlo y ese pudo ser el momento de la golondrina. 

Durante un rato la observé, se calmó y  creo que notó mi presencia. Reaccioné y salí de mi letargo, la tomé y casi con una actitud de resignación no se resistió. No sabía muy bien que tenía que hacer. Te había entablado un dedo una vez, no podía ser muy distinto. La puse cerca de la ventana abierta dentro de una caja, no te voy a mentir, la golondrina azul ocupaba mi mente y logró distraerme al fin. Escuché durante el primer día desde la otra habitación un par de intentos fallidos de despegue y después silencio.

A la mañana siguiente esperaba lo peor, supongo que ya me había acostumbrado a la muerte, pero ahí estaba, viva. Sentí que observaba la vida de frente, conociéndola, reencontrándonos. Cuidé de sus heridas, le di alimento, día con día crecía una complicidad. Así pasó una semana, la golondrina cada vez más acostumbrada a mí y yo a ella, estableciendo rutinas, apegos, sanando juntos. 

Al noveno día me levanté y como siempre fui a saludar a mi amiga, era un día hermoso y el estudio estaba completamente iluminado, pero la caja de mi golondrina estaba vacía. No estaba, se había ido, sin despedidas. A pesar del calor matutino, por un momento sentí frío, ese escalofrío que empezaba a olvidar reapareció moviéndose por toda mi piel. De manera involuntaria empecé a llorar, pero esta vez era diferente, poco a poco el calor volvía y en medio llanto empecé a sonreír. Junto a la ventana, buscaba en los árboles a mi golondrina. Entendí por fin que estabas aquí aunque realmente te habías ido.

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