
«Podría», «habría», «debería», eran los condicionales que regían las decisiones que Lucy tomaba en su vida.
—¿Habría estado más segura por la otra calle? ¿Debería doblar en esta esquina? ¿Tomé la decisión correcta?—se decía a sí misma mientras caminaba por la ciudad, y es que Lucy había nacido en un país donde todas las de su clase estaban malditas y la incertidumbre era la consecuencia del hechizo que se le dio al nacer.
—Podría usar el vestido azul, o ¿Debería usar el rosa?—se preguntaba Lucy en la mañana. Cada decisión era precedida por el “podría», «habría» o «debería”. Pensamientos filosóficos inundaban la cabeza de Lucy, pero al final todo se resumía a escoger una de las respuestas de las mil que se generaban en su cabeza.
Lucy, cansada, un día decidió, y de repente sintió como “podría”, “habría”, “debería”, se desdibujaron de su cabeza. El instinto de supervivencia arrojó un balde de miedo sobre ella, pero resistió, y la línea de las posibilidades se corrió en el infinito. —Ya lo decidí, voy a ser yo misma, voy a ser mujer— Lucy rompió el hechizo.